La voluntad como volente de suprimirse a si misma

En mi parece haber una pugna, una riña inconsolable que es sólo aparente, un anhelo de reposo, de abandonar la continua fricción que desembala cada nuevo día, a veces provocando más hastío, a veces aumentando sólo dividendos en el tedio, y a veces, si, en alguna ocasión sorpresivamente aparecen gratificaciones esencialmente impelidas por la creatividad y la fantasía porque no son demasiado tangibles, y normalmente se tratan de proyecciones no ubicadas en el presente, el ilusorio aplazamiento en la confianza de un devenir especulativamente mejor secuestra "felicidad" para el presente, que nunca se daría alcanzada la meta de un modo extendido, solo transitorio, emociones vaporosas que se ejecutan como un software, para seguir disfrutando de la dicotomía alienante al servicio de contentar nuestros genes de los que somos huéspedes, de la riña aparente entre ese deseo natural de reposar y de confrontación de todos los desafíos, de elevarse y querer alcanzarlo todo, pero ésta segunda que parece entrar en contradicción, sólo parece la estrategia para urdir la negación del reposo, que es lo realmente querido por la voluntad pero temido al mismo tiempo por la programática preservacional, así que esta pugna solo es aparente.

Una paradoja frecuente: la que se cifra entre la voluntad y la apetencia, el espíritu y la programación, el delirio y la razón. Yo ya me mareo con tanta terminología.

A propósito de lo que avanzas sobre la fantasía (proyecciones no ubicadas en el presente, el ilusorio aplazamiento en la confianza de un devenir especulativamente mejor secuestra "felicidad" para el presente), hace tiempo que aparqué la distinción entre ésta y la realidad más supuestamente concreta, por cuanto la imaginación es una facultad que se integra de facto en el tiempo presente, fluida e indivisible de él; la gratificación que libera, aunque vaporosa, no palidece sin embargo frente a la que en apariencia ha cristalizado en lo físico. La felicidad remanente de las ensoñaciones se vive, en esencia, en el presente; del mismo modo en que su intangibilidad no la deslegitima. Cuando apercibes que tu persona (identidad, situación, personalidad, origen, voluntad, espíritu) es igualmente imaginaria, el arrendamiento de lo real en un tiempo especulativo o un plano externamente corroborado pierde todo sentido. Sólo en el cénit de la interpretación arrastra el fantasear un poso de insatisfacción —del que, siendo franco, es difícil escapar a tenor de nuestro ubicuo y recurrente condicionamiento.
Por lo que voy leyendo de ti parece, sólo parece, que te crees una marioneta a caballo entre los imperativos de la biología y del medio circundante. Un filtro desangelado y profundamente determinista; me identifico con él. Quizás te convendría contrastar con la noción hegeliana de Geist: a través del reconocimiento de lo ilusorio de todo, adquiriendo conciencia de los enunciados, ambivalencias y fuerzas inconscientes que te subyugan, gestionando las variables que te afectan momento a momento, emprender un progresivo y espinoso ascenso hacia la autodeterminación. La misma creatividad que trivializas podría representar la llave para trabajar por una vida más, uhm... guay.

PD: Toda arquitectura es vaporosa.
PD2: Banda sonora: https://nyetscape.bandcamp.com/track/in-our-life

La creatividad (no es que la trivialice, de hecho me parece algo poderosísimo cuando los parámetros de depresión e inconsolabilidad no lo abarcan todo, que entonces se pierde la perspectiva, como acercarse una hoja de papel a un cm de la cara y no poder leer nada), resulta bastante indómita puesto que es cuádriga indisoluble de las pasiones, fervientes, ardorosas, cambiantes, cuyas explosiones producen extravíos en las direcciones determinadas del personaje a interpretar, fagocitando uno tras otro con onerosas deconstrucciones, para que al final en esencia en honestidad contigo mismo te descubras conocedor de que eres todos y ningun (personajes, pensamientos), que eres nada, y que esos esfuerzos de la imaginería para alcanzar objetivos y determinar veredas que transitar, se desploman revelándose no solo ya farragosos, además fútiles.

Comprendo cuando dices que experimentar esa gratificación en el presente prestada de la construcción entusiastamente quimérica del futuro es real aunque no sea intangible puesto que vivimos nuestra representación de la realidad y nuestros balances bioquímicos generados por esos pensamientos lo hacen real para nosotros y no debiera desdeñar su valor, pero el problema es que tomo demasiada conciencia de eso y mi mente lo archiva como algo espurio, una incapacidad de creer en ello al ver tan clara la argucia de la supervivencia, no me hechiza o mejor dicho, tomo conciencia y el hechizo se rompe.

Tus sensaciones me son familiares, casi de un modo inverosímil. La analogía que aventuras del ser como todo-nada, work-in-progress, envoltura sujeta a una desasosegante cinética de deconstrucción y anclaje, alternando forma por forma y esencia por esencia a lo largo del tiempo —tienes que leer a Heidegger, a todo esto— resuena terriblemente conmigo; y de hecho es la certeza subterránea de ser-nada, de la arbitrariedad de mis tránsitos y abnegaciones la que me sume en una suerte de apatía condescendiente y siempre perpleja.

Y a mí también me cuesta trascender la categorización (que es automatismo a estas alturas) mutiladora entre lo real y lo ficticio. De ahí que alguna que otra vez me sorprenda envidiando a autistas y esquizofrénicos y otros proscritos de lo sensorial y metafísicamente convenido, no ya por su padecimiento sino por la posibilidad de involucrarse en plenitud en mundos de su autoría que, seguramente, estén tan vivos como el nuestro. Lo que la psiquiatría da en llamar juicio de realidad me parece uno de los mayores cepos impuestos a la especie humana —y aún me retrotraigo con no disimulada nostalgia a los días de azul eléctrico y jirones nubosos, cuando jugaba con amigos imaginarios en clave de lenguajes inventados, cuando los árboles me susurraban, allá en mi temprana infancia, cuando todavía no había sido maculado por los mecanismos educativos y de adecuación psicosocial.

No se si también te pasará, pero, ¿Te ocurre que la obsesión por la inautenticidad (por esa misma arbitrariedad que ya hemos comentado, en designar y proclamar entidades, a veces tratando en vano de forzarlas en voluntad sin poder unirnos del todo a ellas si nos sinceramos honestamente, y a veces con la abnegación, que forma otro conjunto de entidades pusilánimes) que nos confiesa vacíos, llega hasta tal extremo (ese vacío), que incluso para formular estos postulados de denuncia de nuestra precaria situación, necesitamos también de otros (ya sean personas con las que conversamos o escritos de otros pensadores) que nos sirvan de espejo para que se produzca este revelado? Quiero decir que el vacío y la ausencia de coordenadas es tal, que incluso para identificar el mismo resulta necesario construirlo en base a inspiraciones ajenas, lo que parece casi una incongruencia porque pareciera escogido, tal como hacen los "profanos" al escenificar con la voluntad personajes artificiales en los que verdaderamente creen.

No desacreditaría la adopción de contextos y personajes como ''inauténtica'' o ''pusilánime''; al final, qué importa que sea una traslación sólida o ilusoria/furtivamente utilitaria si nos consuela y alienta frente a vivir, ya una condición inconmovible e invariablemente dura de por sí. (Casi) todos los seres humanos (y quizás, por enganche, toda la materia que ha recalado en la fuerza y concreción de una forma como violenta antítesis del vacío) nos porfiamos desasosegados y reminiscentes de un hogar que buscamos con celo, y a menudo de manera inconsciente, restituir. Somos espiritualmente nómadas: y para colmo nuestra capacidad de abstracción desdobla nuestro aislamiento. No juzguemos a quienes configuran su mundo a partir de partículas externas y casuales; ¿acaso es menos verdadero que la perifrástica ponderación del vacío? ¿Acaso hay una alternativa mejor? Me agradaría conocer tu pensar al respecto.

Con que los demás son el espejo en el que nos expresamos y autoafirmamos, desde lo más anecdótico hasta lo macrocósmico, estoy integralmente de acuerdo. Basta con atender a cualquier conversación de la cotidianeidad para caer en la cuenta del trasfondo vampírico de las interrelaciones.

No me he explicado bien, no estaba definiendo a los demás o criticandolos cuando englobo a "entidades abnegadas que se muestran pusilánimes", me estaba refiriendo a mi mismo, a las múltiples manifiestaciones que se transfiguran según el dia, las personas, o los contextos, al incesante cuestionamiento, y que me confiesa vacío e involente al no consagrarse nunca alguien, si no que lo único que se pone de manifiesto es la matriz de una posibilidad entre muchas de emular, la posibilidad de diverger en mas posibilidades. No se si lo que experimentan otras personas, respecto a tu pregunta, es menos verdadero, y creo que ni siquiera tiene sentido, lo verdadero está velado para nosotros, sencillamente experimentan una realidad distinta, pero nunca verdadera, una que toma más partido, más situada en la acción y en los excitantes estímulos que provee la neuroquímica cerebral que en la contemplativa abstracción, pero al final da lo mismo, es el resultado de una secuencia causal de mensajeros químicos intercambiando información en una masa gelatinosa, y eso no aporta mucho acerca de lo verdadero o lo real, y de hecho, parece diseñado para alejarse de esa idea y mostrarse más utilitario para la supervivencia, es por eso que ha costado mucho desarrollar un modelo científico y proveernos de herramientas, entre ellas las matemáticas, que nos revelen conclusiones más allá de nuestra mera intuición, porque a menudo la objetividad es totalmente contraintuitiva, por eso casi nadie entiende la teoría de la relatividad...

Interesante lo que aduces sobre las matemáticas. Recientemente leí una disertación que enlazaba con el dilema lógico-epistemológico de las matemáticas: ¿cuál es el sentido de las proposiciones matemáticas? Unos (positivistas o neoplatónicos) infieren que las matemáticas, así como la gramática, conforman la subestructura a priori del mundo aparente, siendo intuitivas a cualquier ser provisto de raciocinio. Otros, en cambio, opinan que las matemáticas no son más que un juego, útil para aplicaciones técnico-científicas pero metafísicamente irrelevante; para ello minan sus fundamentos, alumbran la arbitrariedad de sus reglas, como develando el delirio de la inducción objetivista. Me considero un soberano ignorante en este campo. ¿Cuál es tu postura?

Ah, y perdón por malinterpretar. ¿Qué propondrías frente al reconocimiento de lo voluble de cada usurpación contextual? ¿Una vida ascética? ¿Una rendición al océano de posibilidades, a la red de pulsiones que nos cerca, nos oprime y nos gratifica? ¿Una romántica y autoconsciente decadencia? ¿Un cinismo viral?

Yo me considero un ignorante en todos los campos, eso es lo que quise extraer de mi postura sobre las limitaciones en nuestra frontera de conocimiento, observamos y con herramientas abstractas más allá de para lo que fué adaptado nuestro cerebro, tratamos ontológicamente de rebasar el coto de los sentidos, y dando muchos palos de ciego empezamos a comprender algunas cosas e instrumentalizar ese saber para poner al medio de nuestro lado, pero todo son aproximaciones deterministas, que además el lenguaje ayuda a "completar" como orbes cerrados de conocimiento de esa cosa, que en realidad ha quedado reducida por una filtración y que le envuelve la ilusión de inapelable e inextensible ocultando lo que es incognoscible para nosotros, la verdad absoluta y extensa que hay detrás del fenómeno observable y troquelado por 4 leyes.

Lo que propongo a tenor de la segunda pregunta en mi caso es usar la vida como un fin para la muerte, procurarse con mimo la mejor estrategia para abandonar el manicomio, rebelarse a la programación, hackear el instinto de conservación.